viernes, 5 de diciembre de 2008

Recortes de tu vida. Introducción

Está usted de acuerdo en que aquello pudo haber sido y que, pudiendo haber sido, de algún modo, es hoy. Usted sabe que aunque ella no accediera a pasar a su cuarto, en su imaginación ha atravesado la puerta una y cien veces. Usted ha imaginado el pomo de muy distintas maneras: dorado, plateado, redondo, en forma de picaporte. Y sabe que aquel rostro esconde multitud de otros rostros, como si no fuera una sino varias personas quienes aleatoriamente ejercieran de anfitrión. Usted sabe sobradamente que poco importa el tiempo y el lugar en que aquello ocurrió pues en su cabeza sólo existe un eterno presente lleno de variaciones y cuyos recuerdos, son presencias fantasmagóricas del ahora que, engañosamente, se repiten y repiten negándole a usted el privilegio de soñarlas en pretérito. Sabe usted que se afligía por ella aun cuando no eran nombres, ni tan siquiera miradas. Que ya la conocía a ella, antes de encontrarla, antes de incluso de buscarla. Sabe que cada una de sus miradas estaba ya prevista por usted y que responde rigurosamente, a un orden establecido. Sabe, o al menos sospecha, en que momento diseñó sus sentimientos, los de usted, como respuesta a sus acciones, las de ella. Pero claro, prefiere preguntarse cual era su rostro en el momento en que entró en aquella habitación. La pregunta es, ¿por qué pregunta al vacío cosas que usted y sólo usted sabe?

martes, 2 de diciembre de 2008


Me acuerdo aun del día en que te dije que quería envejecer a tu lado. Fue por mayo del año pasado, en Alberto Aguilera, cerca de aquella biblioteca en la que pasaba las horas a tu lado convenciéndome de que algún día serías prescindible, que de algún modo podría desprenderme de ti sin llevar para siempre tu mirada en la mía. Cruzábamos una calle, pasábamos por un restaurante que hacía esquina, una marisquería, y sencillamente, pronuncié esas palabras. No me digas eso, respondiste, sabes que es lo único que quiero, estar siempre a tu lado. Por entonces ya sabías, sospechabas, lo que ocurriría después. Pero en ese momento me abrazaste, sellaste mi declaración, condenándome a recordar para siempre aquel momento. Y me quedé solo, sabiendo que algún día te arrojaría de mi vida y que aquel, no era más que el primer paso de otros tantos en el camino que me conducía, irreversiblemente, hacia la nostalgia de ti.

lunes, 24 de noviembre de 2008


Creo que te olvido, que los días pasan y tú con ellos, lenta o rápidamente, te disfrazo de pretérito. Quizás pluscuamperfecto, tal vez porque resulta más ambiguo, porque me da legítimo derecho a echarte de menos, de manera soterrada, bajo esta nueva vida tan llena de tus recuerdos, que yo pueblo, compulsivamente, de tu negación. Sé que nuestra distancia actual no es aquel inocente desencuentro que planeábamos, siempre minuciosamente, amándonos a través de las ganas de separarnos. Pronto sólo seremos nombres, unidos para siempre en el inmenso desencuentro que es la nostalgia. Y al pronunciarte quedarán de ti ya no recuerdos, sino tan sólo un agudo dolor en la base de mi estómago. Te siento cada vez más lejos. Y sé que esta vez no podré correr a refugiarme en ti.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Y esperaba...

Cuando llegó a esa casa no esperaba vivir tanto tiempo en ella. Las paredes blanquecinas con gottlet, los rastros de vidas anteriores habitadas entre sus esquinas, como sueños indelebles de una estructura sensible y tendente a la nostalgia. Quizás esperaba allí, en aquel amasijo de recuerdos en barbecho, dejar atrás los edificios- los dos edificios grisáceos de ladrillos-, el parque y aquel pequeño supermercado que fueron testigos y partícipes, a través el impúdico filtro de la ventana de un tercer piso, de las caricias de Nora. No puedo saber más de ti, le dijo ella, tengo que superar esto de alguna manera. Cuando esté preparada, te enviaré una carta a tu nueva casa, finalizó, entendiendo él que sería esa carta el único medio posible de existir el uno para el otro en un hipotético futuro. Y así, a ritmo de martillo que golpea ya sea la pared destallando su nombre, ya sea los días, con el silencioso pum pum que imprime la rutina con repiqueteante música de jornadas pares, Gerardo creyó olvidar a Nora como se olvida, con frecuencia, la voz de aquellas personas a las que se ama.

La comodidad no llegaba, sin embargo. Apenas tardó unos meses en aprender a odiar la ausencia de si mismo en aquel espacio cerrado. A confundir la memoria anónima de los tabiques con los recuerdos exiliados de de su pared, bañados en el cemento, las vigas, en los pilares de su rutina. Y no añoraba una respiración, un cuerpo, añoraba la reminiscencia de un cuerpo, de su respiración, intermitente, interpretada con ritmo silencioso, en clave de sueño. Y así se propuso esperar esa carta con la que reconstruir, de final a principio, el edificio destartalado de Nora que era, en el fondo, el edificio de su vida. Pero la correspondencia no llegaba. Y aquella casa, que rebosaba, no de Nora sino de su negación, que constituye el más doloroso modo de recuerdo, le servía a modo de cárcel, de doloroso purgatorio entre el pasado y su aceptación. Esperó y esperó, siendo esa carta lo único que le ligaba su vida a aquel espacio de recuerdos ajenos. Cuando esté preparada, cuando esté preparada, se repetía una y otra vez Gerardo, como si de tanto evocarla pudiera imaginar como real la carta que día tras día, esbozaba somnoliento sobre el cristal- y sobre su efímera e insensible superficie llena de vaho. Su cuerpo avanzaría, cambiaría con el paso de los meses, quien sabe si de los años, dejando en su piel el recuerdo de unos días de espera. Porque así funciona, los días de espera necesitan dejar en el rostro más huellas que los demás para compensar así, el vacío que dejan en la memoria. El reloj se había parado hacía ya un tiempo, sospechaba Gerardo, mientras abría cada mañana el pequeño buzón verde de su apartamento. Y esperaba.